lunes, 12 de septiembre de 2011

Piedra que se pierda



Había una vez una piedra que estaba parada en un lado de la acera, era una piedra, no podía moverse, pero quería ir al otro lado.

Quién sabe de dónde había sacado la idea del "otro lado". Era algo raro porque solamente se hacía conciente de su posición cuando estaba estática; pero esta vez, recordó que se había movido, alguien la había golpeado y la había enviado de un lado a otro de la calle.

No sabía si lo que quería era regresar o era irse a conocer algo nuevo. Estaba perdida, descolocada, sin saber cómo había llegado ahí, pero... ¿cómo moverse? si era una piedra.

Pensó. Pensó y pensó, eso sí podía hacer, porque aunque mucha gente crea que las piedras no piensan, sí piensan.
Por eso a la gente le da por patearlas. Es una especie de impulso que hacen que sintamos los humanos, es una pequeña manipulación, para que hagamos que se muevan, porque ellas solas no pueden.
Así que pensó y pensó y se acordó que en algún lado había oído eso del extraño poder que las piedras ejercen en los humanos para hacer que las muevan. Aunque a ella le sonaba un poco absurdo que una simple piedra modificara la voluntad de un humano, creyó que no tenía nada qué perder, así que esperó.

No pasaron muchos minutos cuando pasó una persona, caminaba un poco rápido, medio nerviosa, por lo menos eso le pareció a la piedra, y entonces empezó a hacer el experimento: sólo deseó profundamente que la persona esa la pateara hacia el lado adecuado. Se concentró solamente en la idea de que la persona la viera. Se concentró tanto en hacerse visible que cerró lo que en una piedra podrían ser los ojos… de repente escuchó "¡muy bien! ¡justo lo que estaba buscando!" y en ese momento sintió el movimiento… pero no como ella lo esperaba, sino que fue hacia arriba, la persona ¡la estaba levantando en su mano!
Pobre piedra, ¡moría de miedo, pero también de emoción!

La persona se la metió en la bolsa del pantalón y la llevó con ella. Todo el día le estuvo dando vueltas en el bolsillo, hasta que llegó la tarde, y la persona y la piedra llegaron a un río… al borde de un río.
La persona se detuvo, sacó la piedra de su bolsillo, la tomó en sus manos, sopló para quitarle el polvo y le dijo adiós, no a la piedra, sino a lo que la tenía preocupada.

La piedra voló en el aire, dio muchas vueltas y cayó en el agua.
Poco a poco fue llegando hasta el fondo de ese río, y ahí supo que había encontrado un lugar que no esperaba, pero que era mucho mejor de lo que nunca se había imaginado…y sonrió, con lo que en una piedra deben de ser los labios.

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