martes, 29 de septiembre de 2009

Encuentros casuales 3: La sombra, la memoria, la calle y Borges en la pared


Foto: El Teatro de los Sentidos



“...Yo quiero ser uno y soy la mitad,
la parte que falta me hace caminar...”
Enrique Vargas

(Se recomienda leer Encuentros casuales 1 y 2 antes de empezar este texto, si no va a sonar a pura locura sin sentido)

Yo estaba en esa biblioteca creada a partir de escenografía en una de las grandes naves industriales del Parque Fundidora. Yo seguía ahí, buscando entre libros aquel que describiera lo que me estaba pasando. Así, me encontré con esa libreta que narraba a lápiz lo que yo había vivido los dos días anteriores y el actual. Y en ese momento, el guardian de los libros apareció preguntándome si había encontrado mi libro.


Yo, en un afán de sagacidad presuntuosa, o tal vez presintiendo que aquella libreta debía permanecer en secreto; le dije que no, que había visto algunos libros que rozaban por fragmentos mi historia, pero ninguno que me identificara totalmente.


Él me tomó de la mano y me llevó hacia uno d elos libreros. Me dijo: Observa bien. Yo afilé la vista, pero no podía dejar de pensar que ese hombre estaba jugando a algo que me emocionaba pero que a la vez me ponía nerviosa. Extendió su mano derecha, sus dedos alargados y huesudos me señalaron un libro pequeño y delgado. Volvieron sus manos a moverse indicandome que lo tomara. Lo saqué de entre los otros libros y leí el título: El eco de la sombra.
Definitivamente no sonaba a un libro hecho para mí... en principio. Después, él abrió el libro y me leyó un párrafo de una de las hojas intermedias:


"El viajero se sintió de pronto sin la mitad de sí, la buscó con la mirada y se dio cuenta que escapaba por la ventana. Los dos eran uno pero ella quería seguir su camino propio. El viajero esuchó un ruido en la habitación próxima, decidió seguirla y atrevezó la puerta."


Acto seguido, el guardian hizo una reverencia para despedirme, tomó la tela que hacía de puerta hacia la otra habitación, y con su brazo largo y su mano estirada, me señaló el camino.
Yo respiré profundo y fui tras mi sombra. Así empezó el viaje.
No quiero relatar todos los detalles de esta experiencia, porque en primera me quedaría muy corta tratando de describir con palabras todas las sensiaciones ahi vividas. Todas las emociones removidas desde la planta de los pies hasta el estómago y la garganta. El miedo, la emoción, la incertidumbre, la ternura, la prisa, la curiosidad, la excitación, la sensualidad. Todo se acumuló paso a paso en mi cuerpo y en mi memoria; me dejó mucho, pero más que nada me ayudó a aclarar una parte de mi destino. El viaje duró en tiempo real como una hora y cuarto, pero en tiempo interno pasó desde mi infancia, a mi adolescencia y se fue hasta mi vejez, que aún no llega. Yo salí de ahí con la misma sensación que se tiene cuando se está enamorada.
En la última habitación estaban mis zapatos (porque el recorrido había que hacerlo descalza); los recogí mientras seguía intentando comprender lo que me acababa de pasar.


Salí de ahí, del recinto en donde acababa de convivir con el Teatro de los Sentidos, me dio el sol en la cara, tibio, como queriendo devolverme poco a poco al mundo real. LLamé por teléfono a mi madre, quería contarle fresquecita esa experiencia, sabía que a ella le hubiera encantado vivirla.
Mientras hablaba, un chico de apariencia europea me miraba fijamente. Me pareció conocido, pero no hice mucho caso. Cuando colgué el teléfono el chico se acercó y me pidió un cigarro. Noté que él se dio cuenta de mi reciente movilización interna. Me preguntó si acababa de salir de "El eco de la sombra", le dije que sí con toda la cara de idiota enamorada. Él sonrió, me dijo que era actor de la compañía, y que dos días antes ya me había visto en un restaurante del barrio antiguo, en la terraza donde tocaban jazz.


Aah!, por fin lo identifiqué. Comencé a preguntarle mil y un dudas que tenía acerca de todo el funcionamiento de la compañía. Lo hice a pesar de que corría el riesgo de borrar el misterio que se oculta tras de toda magia. Él me contestó lo que creyó prudente, y entonces yo me atreví a preguntarle sobre la libreta. Le conté lo que había leido ahi, le conté de la semejanza de ese diario con lo que yo había viviso los dos días anteriores, le dije que mi gente más cercana me llama bruja de cariño y de convencimiento desde que soy una niña. Él se quedó pensando, y me dijo ¿Cual libreta?, ¡Cómo que cual! ¡pues la que estaba en la bibliotecta, bajo la luz de la lámpara!
El volteó hacia los lados, me miró a los ojos, y me dijo que esa libreta no era parte de la obra, que no sabía de qué libreta le hablaba...


Al principio no le creí, supuse que era un secreto de ellos, pero al final supe que decía la verdad. Luego me dijo que seguramente esa libreta me estaba esperando, que estaba ahí para decirme algo, que yo tenía que encontrarla hoy y la encontré.
Luego me dijo que en el barrio cercano al recinto del Forum, había en una calle una casa con unas letras en la pared, con una frase que no se le olvidaría nunca. Me dijo: esa frase tambien es para tí. Yo seguí sin creerle mucho y me despedí amablemente. Luego me fui a cenar con mi compañera de viaje y le conté toda la historia, nos reímos.
Al otro día, ya con maletas y de camino al aeropuerto, pasamos por última vez por el Forum; había mucho tráfico y el taxi tuvo que irse por un atajo. Yo no pude creer lo que veían mis ojos cuando doblamos la esquina y ahí estaba, para desvanecer todo mi esceptisismo, Borges pintado en la pared:
"Todo encuentro casual es una cita"




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